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LOS REMEDIOS DE LA ABUELA !Este libro devela los mitos pero también las verdades de la medicina casera. Su autora, Valeria Edelsztein, nos propone un repaso por la fascinante historia de las drogas y los remedios.La tarantela, ¿proviene de la picadura de las tarántulas? Y las aspirinas, ¿tienen algo que ver con los cocodrilos egipcios? ¿Puede la miel aliviar la tos y el dolor de garganta? ¿De dónde salen los antibióticos?En este increíble viaje, se pasa revista a las fascinantes historias de las drogas y los remedios, incluyendo el uso del clavo de olor para el dolor de muelas (la visita al dentista ya nunca será lo mismo), el arte del tirado del cuerito, o los mil y un usos de la aspirina (como quitamanchas, para la salud del pelo, para aliviar picaduras de mosquitos y, según algunos, incluso como analgésico). Este libro –destinado a la mesa de luz– nos ayuda a iluminar un poco el camino de la medicina casera y los consejos de toda abuela que se precie. Pero no se queda allí: también nos pasea por la farmacología antigua, moderna y contemporánea, desde la alquimia hasta el diseño racional de drogas, y por las curiosas historias de métodos y remedios naturales. Nonas y bobes del mundo, ¡uníos! Algunos remedios de la abuela "Más sabe el diablo por viejo que por diablo", dice un conocido refrán de la sabiduría popular. Todos lo escuchamos alguna vez, sobre todo de boca de nuestras abuelas, cuando intentaban demostrar que sus consejos eran los mejores. Y ellas, tanto como sus madres, las madres de sus madres, y así sucesivamente, eran y son las que siempre tienen a mano un remedio oportuno hecho en casa para combatir los problemas de salud más frecuentes. Pero... ¡atención! Como los remedios caseros son resultado de la prueba y el error, así como muchos de ellos funcionan, muchos otros son mitos infundados. ¿Creer o reventar? Para el dolor de muelas nada mejor que un clavo de olor "Una vieja receta de las abuelas para aliviar el dolor de muelas consiste en poner un clavo de olor junto a la pieza que está doliendo y mantenerlo allí hasta que la molestia desaparezca. Otra opción es verter un poco de aceite de este clavo en un pedacito de algodón, o enjuagarse con una infusión (té de clavo). Pero... ¿es efectivo este remedio? La cuestión es que el clavo de olor, al igual que la nuez moscada y la canela en menor proporción, contiene una sustancia denominada eugenol. El eugenol es un aceite de color amarillo pálido, que tiene propiedades analgésicas, antiinflamatorias, antibacterianas y, sobre todo, anestésicas. Se usa en odontología mezclado con óxido de zinc en polvo como cemento dental y es el que les da a los consultorios ese característico "olor a dentista" que tan nerviosos pone a algunos pacientes. Así que, en lo que a dentadura se refiere, pulgares arriba para nuestras abuelas: el clavo de olor alivia el dolor de muelas, es capaz de salvarnos una noche de sueño y darnos tiempo de ir a nuestro dentista de confianza. Sopita de pollo y a la cama "Nada mejor que unos mimos, un rico caldito de pollo y taparnos hasta la nariz cuando estamos resfriados. O al menos eso dirían nuestras abuelas... ¿Con razón? Numerosos estudios demuestran que la sopa de pollo puede reducir los síntomas, aunque no parece prevenir o acortar los resfriados. ¿Y esto por qué? Bueno, por un lado, inhalar el vapor tibio de la sopa afloja las secreciones nasales y el calor ayuda a suavizar el ardor de garganta. Por otra parte, el caldo contribuye a prevenir la deshidratación. Pero lo mejor de todo es que una investigación realizada por un grupo de neumonólogos a partir de una receta de su abuela demostró que el caldo en cuestión evitaba la acumulación de neutrófilos, que son las células que combaten los virus, desencadenan respuestas inflamatorias y provocan tanto malestar en las personas resfriadas. ¡Ay, mamita! Se me cierra la culebrilla... "La culebrilla es una erupción en la piel, llamada así porque los gauchos de la pampa húmeda suponían que se contagiaba cuando una culebra se deslizaba sobre la ropa tendida en el pasto para secarse. Como esta erupción se desplaza en forma de línea, la creencia popular es que cuando se unen las puntas (la cabeza y la cola) las consecuencias son fatales. Tradicionalmente, la única forma de solucionarlo es visitar a un curandero, que con rezos y tinta china evita nuestro desenlace final. Pero... ¿puede este remedio salvarnos de una muerte segura si la cabeza de la culebra se come la cola? Cuando nos enfermamos de varicela, o científicamente hablando, contraemos el virus herpes zoster, este no desaparece al curarnos sino que permanece "dormido" en algún ganglio nervioso del cuerpo, listo para entrar nuevamente en acción más adelante (lo que se dice, queda en estado "latente"). Una segunda erupción de este virus es la culebrilla. No es posible desarrollar la culebrilla sin antes haber tenido varicela, ni siquiera secando la ropa sobre el pasto. Y tampoco hay cura, aunque sí existen tratamientos con distintas drogas. Pero a no desesperar: es imposible que el círculo se cierre, y no gracias a la tinta china ni a los rezos, sino a la simetría de nuestro cuerpo. Así es. Tenemos ganglios a cada lado de la columna vertebral y de cada uno salen nervios. Por lo tanto, el nervio que parte del ganglio izquierdo es diferente del que brota del lado derecho. El virus sólo toma uno de los nervios y si se lo deja avanzar sólo rodea la mitad del cuerpo. Lo que nosotros vemos es el cinturón de lesiones que produce (no casualmente, cinturón, en griego, se dice zoster) y aunque tomara ambos ganglios y se cerrara, nadie moriría por ello. Pero entonces... ¿por qué, si vamos con la curandera, unos días después la culebrilla desaparece? En realidad, la pregunta que tendríamos que hacernos es: ¿si nos quedábamos en casa haciendo la vertical o comiendo pasas de uva cada tres horas o alguna otra recomendación ridícula, no hubiera desaparecido igual? Esto es lo que se denomina hacer un "control" o un "blanco", es decir, tener una referencia contra la cual poder comparar. Es probable que, sin ningún tratamiento extraño, la culebrilla común desaparezca al cabo de unos días, curandera de por medio o no. Tirar el cuerito: santo remedio "Eso que popularmente se conoce como "empacho" no es otra cosa que una fuerte indigestión. Para la medicina no existe como tal y reemplazó el término por algo que suena más científico, como enterocolitis, dispepsia o gastroenteritis, dependiendo de los síntomas, que pueden ser pesadez y dolor de estómago, diarrea, vómitos o acidez, entre otros. Es muy común en los pueblos, y también en la ciudad, que la cura venga de la mano de una señora mayor mediante una práctica popular que consiste en "tirar el cuerito". Esto no es otra cosa que un masaje un poco doloroso, que consiste en tomar con dos dedos la piel de la espalda y tirar hacia afuera hasta que se produce un chasquido. ¿Tiene esto algún fundamento científico? Aunque parezca magia, no lo es: en una investigación hecha sobre esta práctica se encuentra la explicación. Los pellizcos en la piel de la espalda a los costados de la columna vertebral estimulan una formación de nervios conocida como plexo celíaco o solar, que acelera el movimiento estomacal y expulsa el bolo alimenticio "pegado" en el estómago. Por lo tanto, en esta cuestión de creer o reventar... por ahora, seguimos creyendo. Los borrachos y los niños siempre dicen la verdad... pero la fuente más autorizada a opinar sobre la salud propia y la ajena son, sin duda, las abuelas. ¿A quién no mandaron alguna vez a dormir "para crecer"? Por supuesto, ellas saben perfectamente que durante la noche –y el sueño– se secreta la hormona de crecimiento, que nos estira en los años mozos. Además de deleitarnos con postres de abuela (y torres de caramelo), siempre sabrán ofrecernos el remedio justo para el dolor de garganta, la tos o el mal de amores. Y ya se sabe: lo que no mata, engorda (o cura). Seguramente estos remedios abuelísticos provienen de una larguísima tradición de prueba y error: históricamente, la mejor farmacia fue siempre la naturaleza. Y quien conociera sus secretos –llámese brujo, sacerdote o cirujano– tenía poder sobre sus compatriotas aquejados de dolor de muelas o acné juvenil. Tal vez allí, en esta búsqueda permanente de las propiedades insospechadas de las plantas o los bichos, haya nacido la farmacología, ya compendiada en los treinta y siete tomos de la Historia Natural, de Plinio, o los modestos (pero fascinantes) cinco libros de la Materia Médica, de Dioscórides. Por sus romanas páginas pasan la hierba escita, la británica o la etíope ("de las tierras quemadas por las estrellas") y otros poemas. Además, este muchacho Dioscórides (Pedanio, para los amigos) no sólo describió hierbas y minerales que sentarían las bases de su farmacia amiga, sino que se dedicó a indicar cómo recolectar hojas, raíces y frutos, su conservación, la obtención de jugos y hasta la utilidad de vasos de bronce o de estaño para su administración. En algún momento mucho más reciente surgió una idea fascinante: si un remedio nos afecta, es porque el cuerpo lo reconoce. Eso motivó la búsqueda de los receptores a diversas drogas y, efectivamente, allí estaban los del opio, la belladona y los hongos alucinógenos. Pero eso no es todo: seguramente la naturaleza no diseñó receptores de opio esperando que millones de chinos se dedicaran a tales bellas artes, no; esos receptores deben estar ahí porque el cuerpo produce algo parecido a la sustancia exógena. ¡Manos a las drogas!, y así aparecieron opioides endógenos, sustancias internas que aceleran o enlentecen el corazón y hasta nuestras propias pastillas para dormir (benzodiacepinas endógenas). De allí a la farmacia hay sólo un montón de experimentos, diseños, cobayos y voluntarios… y, muchas veces, un montón de plata. De paso, así como la primera góndola farmacéutica fue el bosque de acá a la vuelta, resulta que el último grito de la farmacología también consiste en buscar en el fondo del mar, en las selvas o en las montañas bichos y verduras raras que puedan ser fuentes de nuevos remedios. Pero volvamos a las abuelas: la selección natural de remedios caseros nos ha legado las tiradas de cuerito, la sopa de pollo, las barras de azufre y el jugo de naranja. Y ya es hora de que la ciencia se meta con estas recetas infalibles, a veces para encumbrarlas (hablado en difícil, claro está) y otras para refutarlas sin mucha piedad. Este libro –destinado a la mesa de luz– nos ayuda a iluminar un poco el camino de los remedios caseros. Pero no se queda allí: también nos pasea por la farmacología antigua, moderna y contemporánea, desde la alquimia hasta el diseño racional de drogas, desde los cocodrilos egipcios hasta los biofármacos del futuro –tan lejos y tan cerca–. Nonas y bobes del mundo, ¡uníos!: necesitamos su sabiduría. Y otras hierbas. Esta colección de divulgación científica está escrita por científicos que creen que ya es hora de asomar la cabeza por fuera del laboratorio y contar las maravillas, grandezas y miserias de la profesión. Porque de eso se trata: de contar, de compartir un saber que, si sigue encerrado, puede volverse inútil. Ciencia que ladra... no muerde, sólo da señales de que cabalga Valeria Edelsztein nació en Buenos Aires en 1982. Es doctora en Química por la Universidad de Buenos Aires. Actualmente se desempeña como docente del Departamento de Química Orgánica de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales (FCEyN), y es becaria posdoctoral del CONICET. Ha dictado charlas en el marco de las actividades de divulgación científica de la FCEyN "Exactas va a la Escuela" y la "Semana de la Química". Es autora de las separatas "200 años de ciencia en Argentina", que forman parte de la edición 2010 del manual de Ciencias Naturales 6 de editorial Kapelusz. valecaroedel@yahoo.com Diego Golombek
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