CONSEJOS PARA AYUDAR A NUESTROS HIJOS A VIVIR LA GENEROSIDAD
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1. Enseñarles desde pequeños que ninguno de los bienes materiales que poseen les
pertenece plenamente. No tienen derecho a romper los juguetes que les han
regalado.

2. Hacer patente a los hijos que los padres tampoco tenemos como propios estos bienes.

3. Acostumbrarles a cederse mutuamente juegos, útiles de trabajo, libros, etc.

4. Los padres tienen que ser generosos en el tiempo que dedican a sus hijos para
ayudarles en el estudio, para descansar con ellos, etc. Es un ejemplo muy
importante de entrega a los demás.

5. Los chicos, desde pequeños deben ser generosos con su tiempo. A veces tendrán que
dejar un trabajo o el mismo estudio, un encargo, para atender otro más
importante.

6. Además de los pequeños servicios que se les solicita para ayudar a la convivencia
familiar, es muy adecuado asignar algún cometido fijo, asequible a su edad, que
suscite su sentido de responsabilidad y suponga un pequeño vencimiento
(detalles de orden material, cuidado de alguna zona de la casa, atención a
algún hermano menor, etc.). En todo caso, conviene tener flexibilidad en los
encargos. Es más importante fomentar la unidad y el mutuo servicio que el
estricto cumplimiento de un encargo concreto.

7. Tener prudencia en las expresiones y conversaciones en las que se ensalza o se añora
la consecución de los bienes materiales o los triunfos estrictamente humanos.
Especialmente cuando se empieza a abordar el tema de las carreras
profesionales.

8. Tener mucha constancia en fomentar la generosidad, aunque parezca que no se avanza
nada. En realidad se está encauzando una tendencia natural.

9. Cuidar de que una parte de su dinero la entreguen como limosna. Que ahorren para hacer
regalos a sus padres y hermanos.

10.Fomentar las acciones de gracias desde pequeños. El agradecimiento nos lleva a
corresponder y a ser generosos con quien primeramente nos ha hecho el bien.

11. Ejercitar obras de misericordia corporales, acompañados de los hijos, de modo
que el contacto con los que sufren, con los desheredados, sea, además, el mejor
antídoto contra el aburguesamiento.

12. Conviene que los hijos sepan -del modo más conveniente en cada caso- que en su
familia se ayuda económicamente a labores sociales, formativas o benéficas.

EDUCAR LA GENEROSIDAD

El ambiente no favorece los grandes ideales, hasta el punto de que tenerlos es
considerado una rareza o una originalidad, como la del que recita una poesía en
medio de una reunión de empresarios.

Los hijos están rodeados de ideales chatos, de ilusiones mediocres, de aspiraciones
superficiales. Los valores son los que señala el mercado, es decir, los que
aceptados por el ambiente: dinero, bienestar, comodidad, panoramas, pasarlo
bien, darse gustos, vivir para si mismo, tratar de sacar siempre la mejor
tajada, cosas, marcas, etc. Por otra parte, también los padres dirigen todos
sus esfuerzos educativos a proyectos externos: éxito, buenas notas, ingreso a
la universidad a una carrera rentable, etc. La palabra servicio, ideales,
sentido verdadero de la vida, no figuran en el vocabulario usual, no suelen
estar presentes en el ambiente familiar. Es la asfixia de la mediocridad, que
termina ahogando cualquier germen de aspiración a ideales.

Se nota tanto cuando una familia no tiene más que una obsesión: el bienestar, la
comodidad, el confort. Se gira en torno a las cosas, a los aparatos, a las
marcas, a los precios, a los panoramas; los cajones, las estanterías, que son
el corazón de la casa. La materia impregna las relaciones, se rinde culto a lo
placentero, a lo inmediato. Eduquemos en contraste para el sacrificio, para la
negación de uno mismo, para el doblegamiento del egoísmo, para que el niño se
entere de la existencia de otros, de la humanidad doliente de muchos, de manera
que en su horizonte y en sus proyectos haya algo más que él mismo.

Se ha de enseñar a vivir desde la más tierna infancia. Compasión, ayuda, servicio,
preocupación por los demás. En una palabra, que aprenda a salir de sí mismo,
venciendo la pereza que achica los espacios y reduce el mundo de tantos niños.

El niño quiere ayudar, servir, aspira en lo más profundo a sentirse útil, a colaborar;
a la vez que se siente atado a la pereza que le impide mover un dedo en favor
de otra persona. Motivar, estimular, incentivar lo primero, es propio de la
educación de la generosidad.

Hay que dar oportunidades para servir, aunque los servicios que pueda prestar un niño
parezcan torpes e innecesarios, o haya otros que puedan hacer lo mismo con
mayor perfección y eficacia.

El bienestar acaba en el tedio y el cansancio, creando una corteza dura en el
corazón. Cuando el corazón humano no es más que una bodega de cosas apetecibles
que le han sido satisfechas, el primer dolor o el primer fracaso arrasan con
todo. Quien construye su vida en torno a las cosas, no soporta la vida sin
ellas.

Lograr las cosas que se desean produce una satisfacción momentánea, pero luego viene
el acostumbramiento y la idea de que se las tiene como un derecho adquirido.
¿Dónde están las cosas que los niños han logrado con insistencia machacona,
como si la vida se les fuera si no se las dan?. A las semanas o a los meses,
ahí está la casa destrozada, la muñeca sin un brazo, el autito sin ruedas, la
pelota desinflada. Los juguetes de los niños envejecen con una prisa
sorprendente y tienen una vida útil fugaz.

Sería interesante hacer en el propio hogar, de vez en cuando, una exposición de las
cosas inútiles que fueron deseos apasionados en un momento: muñecas, radios,
autos, relojes, lapiceras, estuches, piezas de rompecabezas, juegos de salón,
colecciones empezadas y nunca acabadas... ¿Qué sentido tiene que lo no se usa
ocupe espacio?. El espectáculo de la manía del consumo en el interior de las
cajoneras, guardaderos y closets, no ayuda a la educación de la generosidad.

El guardar cosas inútiles favorece el desorden y demuestra un apego insensato a
las cosas. Tener algo "por si alguna vez lo necesito", es otro
monumento a la sociedad del consumo. Habría que ser sincero: "lo compré
por vanidad, por lujo, por capricho" y no excusarse diciendo "que era
una ganga, una oportunidad única, etc".

Hay un dicho inglés que expresa que la diferencia entre los juguetes de los adultos y
de los niños está en el precio, es decir, los de los adultos son infinitamente
más caros.

La tentación de comprar porque está barato, cuando no se necesita, es otra
enfermedad de la sociedad de consumo.

Para justificar los caprichos -con razones que carecen de razón-, los adultos
poseemos una imaginación deslumbrante.

Extraído del libro de Diego Ibáñez Langlois "Sentido común y educación en la familia"
Categoría: FAMILIA | Agregado por: ADMINISTRADOR (30.de Noviembre.2011)
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