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Todo consiste en atrapar el silencio. Logrado esto, lo demás nos es dado por añadidura. Pero, desgraciadamente, somos zombies, vivimos inmersos en el tumulto de nuestra agitada vida. Especialmente, en el tumulto de nuestros pensamientos. Vamos de un lado a otro sin ver, como autómatas, maquinalmente. Y no me diga que usted no. ¿Quiere comprobarlo? Veamos: ¿De qué color es la corbata que lleva? ¿O de que color es su ropa interior, si no lleva corbata o si es mujer? ¿Se ha dado cuenta? En el mejor de los casos ha tenido que detener por unos instantes el pensamiento para pensar, para pensar realmente, para enfocar la mente con atención dirigida, dejando ese otro pensar que es darle vueltas y más vueltas a la noria de su cerebro. A ese otro pensar que es una autohipnosis con la que afirma y reafirma unos contenidos mentales que, casi siempre, ni siquiera le pertenecen, que ha oído en otro y que, por ser de otro, no pueden serle útiles. Salvo para ayudarle a mejor entrar en un estrés que acabará convirtiéndole en un ser atormentado, ajeno a sí mismo. ¿Dejamos el tumulto? ¿Entramos en el silencio? Claro que para esto es preciso saber qué es eso que llamamos silencio. Sí, ya sé, me dirá que silencio es eso: silencio. O sea, no oír, no pensar, aislarse... No, eso no es silencio. O, en todo caso, silencio es eso y algo más. Y, desde luego, silencio no es repetirnos mentalmente que no pensamos. Ni tampoco ponernos tensos para poder rechazar los pensamientos. Todo eso también es pensar, aunque sea otra forma de pensar. Veamos: ante todo, silencio no es simplemente dejar de escuchar -y en algunos casos hasta de oír- los ruidos que nos llegan del exterior. Ni tampoco -en absoluto- es aferrarnos al pensamiento de que no estamos pensando. Ni siquiera es sólo acallar la mente, dejarla en blanco, sin un pensamiento. Porque este último, ciertamente, es uno de los silencios de la mente, pero hay otros, y más profundos, silencios mentales. Y hay también silencios del cuerpo, silencios de las emociones, silencios energéticos... Por ejemplo, el gato. Un gato no logra su perfecta relajación mediante ese silencio de no estar que creemos el verdadero silencio. Sabemos que el gato y, con el gato, cualquier animal -especialmente felino- pasa de una perfecta relajación a la concentración de forma casi instantánea. Y eso jamás podría lograrlo nadie que estuviera relajado a la manera como solemos estarlo nosotros. ¿Cuál es, pues, la relajación del gato? ¿Qué está ocurriendo en él cuando permanece así, como ya sabemos, aplastado como un lenguado, totalmente flojo, como si no tuviera huesos? Nadie lo sabe. Pero permítanme que reproduzca parte del texto de un artículo publicado en el número 13 de la revista MÁS ALLÁ. En ese artículo describía una sintonización. O sea, algo así como transferir la conciencia de una persona en sofrosis a otro ser, logrando, de esta manera, que esa persona se identifique tan plenamente con ese otro ser que pueda describirlo y hasta sentirlo como si fuera él mismo. Pues bien, en el caso descrito en el número 13 de MÁS ALLÁ la sintonización consistió en transferir a mi hijo Joaquín -entonces con 16 años- a un gato. El gato era Kiko, un magnífico ejemplar birmano que nos acompañó durante muchos años y que el día de la sintonización estaba relajado en la cama junto a mi hijo. Recojo aquí unas pocas de las preguntas que hice a mi hijo una vez completada la sintonización. Éste fue el diálogo: - ¿Te ves gato? - Sí, me siento más volátil, más etéreo. Sin peso. - ¿Y qué piensas? - No pienso nada. Capto figuras en mi entorno. No son figuras definidas. Son como sombras. Como colores difuminados en un lienzo. - ¿Cómo me ves a mí en tu estado? - Casi como una mancha. Entre tú y yo hay gran cantidad de cosas que también veo. - ¿Qué cosas? - Son como bandas de colores que atraviesan tu cuerpo. A mí, como gato, también me están atravesando todas esas bandas y sonidos. - ¿Te preocupa algo ahora, como gato? - Nada. No siento que me preocupe nada, ni que piense en nada, ni que quiera nada, ni que eche nada de menos. En cada instante de lo que soy ahora hay como una configuración de esas bandas... que son como estímulos que me mueven a obrar. Esa música, esa vibración, me hace moverme de un modo o de otro. Acorde al momento. - Ahora, sintonizado con el gato, ¿estás plenamente identificado con el medio? - Sí. Es una existencia sin preguntas. Yo no sé si era realmente eso lo que el gato veía y sentía en aquel momento, en su estado de relajación. Ni voy a defender aquí la fiabilidad o realidad de las sintonizaciones, aun cuando podría aportar sorprendentes pruebas de que no son simple imaginación libre, si es que la imaginación puede ser libre. Pero fiables o no, las respuestas -en sintonización- de mi hijo tenían un extraño parecido con la descripción de las más profundas meditaciones. Además, esa última respuesta -"es una existencia sin preguntas"- es toda una definición. En efecto, eso es el silencio. Porque en el silencio profundo puede haber y hay respuestas, pero en el silencio profundo no puede haber ni hay preguntas. Bien entendido que no me refiero a esos anhelos que llevan implícitas preguntas existenciales, sino a esas otras preguntas que son preguntas condicionadas, proyectadas por nuestro consciente reflexivo. El silencio es una puerta que se abre desde el otro lado. Por eso no es silencio empujarla con palabras. Y precisamente empujarla con palabras -con estructuras mentales que son ya diálogo- es lo que estamos haciendo constantemente. Así que debemos hacer todo lo contrario: vaciar de palabras el espacio que existe a ese lado de la puerta -y este lado eres tú y soy yo, somos cada uno de nosotros- para que, así, libre de presión, la puerta pueda abrirse por sí misma. Y, al abrirse, puede llevarnos a un silencio sumamente sonoro. Pero no de palabras nuestras. O, lo que es lo mismo, no de palabras nuestras superfluas o engañosas. Porque silenciar es acallar aquello que hemos añadido a lo que realmente somos. Y de esta forma, acallado lo que hemos añadido, lo que no somos, las respuestas surgen de nuestro propio y auténtico ser. O, lo que es lo mismo, del Ser. Y ahora, si quiere aprender a reconocer y a atrapar el silencio, le ruego que repita una y otra vez los ejercicios 2 y 3 que he descrito en anteriores entregas. Y a esos ejercicios añada el que a continuación describo: EJERCICIO 5: ATENCIÓN DIRIGIDA Posición: a) a) Como verá, puede y debe ser en cualquier posición. Ejercicio: 1. Es de suponer que ahora está leyendo este párrafo en la web. Y yo pregunto: ¿Es consciente de eso? ¿Es consciente de su postura? Obsérvese. No, no se mire de arriba abajo. Obsérvese como sabe se debe observar -o sea, contémplese con los ojos de la mente, sintiendo, sin mirar- y tome conciencia de su propio esquema corporal. No se trata de comprender, de enjuiciar. Se trata simplemente de que sienta el contacto de sus pies en el suelo, de que sea consciente del movimiento de sus brazos en el espacio, de la posición -tensa o relajada- de su cuerpo, del roce de su espalda en la silla o sillón, etc. Pero todo esto, no indagando, no mirando un instante y sacando conclusiones después, sino sintiéndolo todo -el contorno de su cuerpo, la rigidez o no de sus músculos, todo- segundo a segundo, al tiempo que se va produciendo, en un estado de conciencia abierta, como el gato cuando espera que salga el ratón. Sé que esto es terriblemente difícil, pero es lo natural. Y es difícil porque nosotros hemos roto esa aptitud natural con nuestro tenso mirar y enjuiciar. Con ese constante darle vueltas a nuestra cabeza con nuestras preocupaciones. Y aquí de trata de parar esa noria mental, de bajarse de ella y pisar suelo. De percibir, no de pensar. De recibir, no de emitir. Sólo así podemos entrar en el auténtico silencio. De manera que insista en este ejercicio. O en cualquier otro similar como... 2. Paséese sin pensar. Viendo, percibiendo, oliendo... pero sin darle vueltas a la mente: ¿Por qué no hace, aun cuando sólo sea una parte del Camino de Santiago? Le aseguro que si lo hace así, solo -sola- y con la mente abierta, acabará comprobando que no hay usted y camino, que sólo hay camino. Y silencio interior.
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