Sobre lo femenino del hombre y lo masculino de la mujer
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Hace
poco, tuve la oportunidad de leer sobre el mito griego del Andrógino (está en
la obra El Banquete de Platón). Se trata de un mito para pensar sobre las
raíces de la naturaleza humana, sobre lo femenino del hombre y lo masculino de
la mujer, hecho cada vez más aceptado en nuestro mundo moderno. Hoy, gracias al
estudio de las hormonas, sabemos que es imposible hablar de sexo puro masculino
o femenino. Comparto este mito con ustedes, para invitarlos a reflexionar al
respeto, y veamos como hombres y mujeres pueden involucrarse en proyectos de
vida, basado en el respecto mutuo, y dejando de lado posturas discriminatorias
o de imposición de uno u otro sexo.



"Al
principio, la raza de los hombres no era como hoy. Era diferente. No había dos
sexos, sino tres: hombre, mujer y la unión de los dos. Y esos seres tenían un
nombre que expresaba bien su naturaleza y hoy perdió su significado: Andrógino.
Además, esa criatura primordial era redonda: sus costillas y sus lados formaban
un círculo y ella poseía cuatro manos, cuatro pies y una cabeza con dos caras
exactamente iguales, cada una mirando hacia una dirección, apoyada en un cuello
redondo. La criatura podía andar erecta, como los seres humanos hacen, para
adelante y para atrás. Pero podía también rodar y rodar sobre sus cuatro brazos
y cuatro piernas, cubriendo grandes distancias, veloz como un rayo de luz. Eran
redondos porque redondos eran sus padres: el hombre era hijo del Sol. La mujer,
de la Tierra. Y el par, un hijo de la Luna.



Su fuerza
era extraordinaria y su poder, inmenso. Y eso los tornó ambiciosos. Y quisieron
desafiar a los dioses. Fueron ellos los que osaron escalar el Olimpo, la
montaña donde viven los inmortales. ¿Qué debían hacer los dioses reunidos en el
Consejo celeste? ¿Aniquilar a las criaturas? ¿Pero como quedarse sin los
sacrificios, los homenajes, la adoración? Por otro lado, tal insolencia era
perfectamente intolerable. Entonces…



El Gran
Zeus rugió: Dejen que vivan. Tengo un plan para que se vuelvan más humildes y
disminuir su orgullo. Voy a cortarlos al medio y hacerlos andar sobre dos
piernas. Eso, con certeza, va a disminuir su fuerza, además de tener la ventaja
de aumentar su número, lo cual es bueno para nosotros. Y apenas había terminado
de hablar, comenzó a partir a las criaturas en dos, como una manzana. Y, a
medida que los cortaba, Apolo iba girando sus cabezas, para que pudieran
contemplar eternamente su parte amputada. Una lección de humildad. Apolo también
curó sus heridas, dio forma a su tronco y moldeó su barriga, juntando la piel
que sobraba en el centro, para que ellos recuerden lo que habían sido un día.



Y ahí fue
que las criaturas comenzaron a morirse. Morían de hambre y de desesperación. Se
abrazaban y se dejaban estar así. Y cuando una de las partes moría, la otra
quedaba a la deriva, buscando, buscando…



Zeus tuvo
pena de las criaturas. Y tuvo otra idea. Dio vuelta las partes reproductoras de
los seres hacia su nuevo frente. Antes, ellos copulaban con la tierra. De ahora
en adelante, se reproducirían un hombre con una mujer. En un abrazo. Así la
raza no moriría y ellos, los dioses descansarían. Hasta podrían continuar
involucrándose en el negocio de la vida. Con el tiempo las criaturas se olvidarían
de lo ocurrido y sólo tendrían conciencia de su deseo. Un deseo que jamás
estaría enteramente saciado en el acto de amar, porque aún derritiéndose en el
otro por un instante, el alma sabría, aunque no pudiera explicarlo, que su
ansia jamás sería completamente satisfecha. Y la nostalgia de la unión perfecta
renacería, ni bien se extinguieran los últimos gemidos del amor”.



Como
podemos ver, un día, hombres y mujeres, fuimos un todo, enteros y plenos…un
todo.



Enviado por Jorge Luz
Categoría: Cuerpo y Mente | Agregado por: ADMINISTRADOR (27.de Agosto.2011)
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