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1. Asumirse como hombre consiste, hoy, en desarrollar las potencialidades humanas del varón. Varones y mujeres somos expresiones diferentes y complementarias de una misma esencia, la humana. Y a ninguno nos está negado –salvo por mandatos culturales- el acceso a todas las sensaciones, emociones, pensamientos y sentimientos, sólo que los expresamos de manera distintas según nuestro sexo. Un varón se convierte en hombre a medida que encuentra su modo auténtico, como tal y como persona, de expresar aquellas cualidades.
2. El machismo es una visión limitada, pobre y precaria de lo masculino. Es una manera –construida culturalmente y heredada y transmitida de padres a hijos durante muchas generaciones- de cimentar la identidad del varón a partir de unos pocos aspectos (el producir, el proveer, el mandar, el exhibir potencia) quitados del contexto general del Ser. El machismo confunde esos aspectos con la identidad total del varón y descalifica al varón que no los pone en primer plano o que los integra con otros aspectos de sí, como la emocionalidad, la sensibilidad, la intuición, la posibilidad de cuidar, criar y nutrir, la receptividad. Como todos los "ismos”, el machismo confunde una parte con el todo, genera actitudes fundamentalistas, no admite diferencias (lo único válido es ser "macho” y lo demás debe ser descalificado) y empobrece la vida física y espiritual de quienes lo encarnan.
3. Cuando el varón aplica su potencial económico a la exploración del ser y al mejoramiento de los vínculos humanos, se produce una ampliación, una profundización y un enriquecimiento de su masculinidad. Aunque también ocurre que en muchos hombres o sectores sociales, el mayor desarrollo económico actúa en función del fortalecimiento de los rasgos machistas. De este modo es posible observar en nuestra sociedad frecuentes y claros ejemplos de complicidad y reforzamiento entre poder social, política, economía y machismo.
4. Los hombres estamos en deuda con nosotros mismos en cuanto a la manifestación de los aspectos negados, ocultos, postergados, marginados o prohibidos de nuestro ser. Nos falta mostrar que podemos ser solidarios, cuidadosos, nutricios, receptivos, espirituales, cooperativos, empáticos, sanadores, domésticos de una manera propia, diferente de la expresión femenina de esas y de otras cualidades. Y al hacerlo, ofreceremos a las mujeres nuevos puntos de encuentro (no de competencia) entre ellas y nosotros.
5. El desarrollo de la mujer contribuyó a poner en evidencia la pobreza emocional, las limitaciones y las carencias del modelo masculino tradicional, pero no fue el desencadenante, ni mucho menos, de los cambios que algunos varones empiezan a protagonizar. Sin embargo, dado que varones y mujeres somos dos expresiones diferentes y complementarias de una misma especie, la humana, es inevitable que toda transformación en uno repercuta en el otro y en las estructuras que integramos (pareja, familia).
6. Los nuevos valores de la masculinidad sólo pueden tener origen, impulso y desarrollo en quienes más los necesitan: los varones. Toda transformación empieza de adentro hacia afuera. Las mujeres pueden acompañar y ser receptoras y beneficiarias de este cambio, pero no actrices del mismo. Del mismo modo en que los hombres no hemos sido actores de las transformaciones femeninas.
7. La mayor transformación que hombres y mujeres podemos aportar al amor en esta época es la de vernos y aceptarnos como diferentes. Diferente no significa peor o mejor, superior o inferior. Diferente, en este caso, es el que me muestra una expresión distinta de algo (lo humano, con su conformación emocional, psíquica, espiritual y física) que puedo reconocer porque me constituye. El vínculo de amor es una sinergia: la suma de dos energías diferentes, cuyo resultado es más y es distinto al simple agregado de ambas. Sólo construido por diferentes que se aceptan y se celebran así, que se agradecen y se festejan así, el amor puede ser una creación en transformación permanente. Si los hombres y las mujeres de hoy no podemos explorar nuestras verdaderas y esenciales diferencias (no las impuestas por los modelos de género, que son culturales), no podremos transformar el amor y lo habitaremos como un campo de batalla en el que sólo puede haber perdedores. Nuestra misión es convertirlo en un campo de co-creación.
8. Existe aún una falta de hábito, de estímulo y de permiso en los varones para indagar en nosotros mismos, en nuestra condición. Mientras nos ocupamos de cuestiones "prácticas” y externas a nosotros, como la política, la economía, la tecnología, el deporte, etc. hemos considerado la exploración de nuestra interioridad psicológica y de nuestros vínculos como tarea o categorías "femeninas”. Por otro lado, algunas mujeres tienen aún poca predisposición a aceptar la presencia del varón con una mirada diferente y con vivencias y experiencias intransferibles. Predomina en ciertos ámbitos la idea de que estudiar lo "genérico” es, ante todo, reivindicar las postergaciones femeninas. Estas postergaciones son reales y merecen la reivindicación. Pero ello es sólo una parte de la transformación de los modelos y las relaciones de género. Mujeres y hombres padecemos juntos, aunque unos tengan mayor conciencia de su propio padecer.
9. La falta de reflexión de los propios hombres (y de muchas mujeres) acerca del papel indelegable, irremplazable y esencial del padre como modelo emocional, como guía sensible, como liberador de los espacios cerrados del varón, como habilitador de experiencias, como transmisor de vivencias, como valorizador de hijas e hijos, es fundacional en la problemática del varón contemporáneo. Esa ausencia (que no se suple con presencia física y autoritaria ni con provisión material de bienes) obliga a los hijos varones a "hacerse hombres” solos, sin guía ni consejo de hombres mayores, que los cobijen y eduquen emocionalmente. Convierte a los varones en huérfanos y analfabetos emocionales, genera en ellos un "hambre de padre” que, silencioso y permanente, está detrás de sus carencias, dolores, incertidumbres, broncas, violencia y desencuentros. Sobreponerse a este "hambre” y generar un espacio paterno y nutricio en su propio interior es tarea urgente, necesaria, individual y colectiva de los varones adultos de hoy.
10. Todavía muchas de las mujeres que piden a los hombres que sean más expresivos, que hablen de sí mismos, que abran otras puertas de su ser, no aceptan lo que un hombre tiene para decir. "Háblame, quiero escucharte y comprenderte” significa, a menudo, "Decime lo que quiero escuchar”. "Hablame de mí, de lo que sentís hacia mí”. Pese a sus grandes, profundas y ricas transformaciones, en muchas mujeres independientes y autónomas persisten expectativas del viejo modelo e inconscientemente esperan que el hombre sea, ante todo y por sobre todo, productor, proveedor, protector y potente. Las mismas "Cuatro P” que atrapan al varón. A muchas mujeres les causa temor e incertidumbre que el hombre "afloje”. Se sienten desorientadas e inseguras si cuando habla el hombre habla de sus reales miedos y tristezas, de sus dudas y desconciertos. Y, pese a todo, muchas mujeres viven aun muy pendientes del hombre, al punto que les cuesta entender que, muchas veces hay actitudes de éste que tienen que ver con puestas a punto de sí mismo y no con desprecio hacia ellas. 11. La transformación y el enriquecimiento de la masculinidad es el más importante proceso social posmoderno pendiente. No se trata aún un fenómeno evidente y masivo. Pero es imprescindible e impostergable para completar la transformación de los vínculos humanos en la pareja, la sexualidad, la familia, el trabajo. La recuperación de la riqueza verdadera de la masculinidad empieza en cada hombre que comienza a hacerse preguntas y a plantearse dudas sobre sus roles y que, como consecuencia de eso, comienza a expresar cambios en su modo de amar, de vincularse con su mujer o con las mujeres, en relacionarse con sus hijos, con los demás hombres.
12. Para muchos hombres, sobre todo los más comprometidos con formas machistas de la dominación y del poder, no es fácil avizorar el valor y la riqueza de este cambio. Se ve en las actitudes de políticos, de hombres de negocios, de los detentadores de los mandos en la economía, en los deportes, en la ciencia, en la cultura. Todavía, en nuestras sociedades, se ejerce el poder "a lo macho”. Sin embargo, hay cada vez más hombres que se sienten prisioneros de ese poder que ejercen o del que son víctimas directas. Los hombres más poderosos son, al mismo tiempo, los más inseguros, toda su identidad se edifica sobre un solo pilar, el poder, y viven con la angustia secreta, permanente y desgastante del temor a perderlo. No hay alegría, fecundidad ni creatividad en el poder y en la dominación que ejercen esos hombres.
13. La masculinidad tradicional con sus mandatos es un factor de riesgo. Los hombres que viven apegados a ella tienen que sostenerla a través de falsos soportes (violencia, alcohol, adicción a las drogas, al sexo, al trabajo, autoritarismo, deportes y acciones de riesgo). Se tienen que disociar de sus emociones y sentimientos, tienen que hacer oídos sordos a los reclamos de su organismo cuando les pide descanso o buen trato. Son productores a destajo (en el plan profesional, económico, sexual, deportivo, político, etc.) Y mueren entre 6 y 9 años antes que sus mujeres. En nuestras sociedades hay más viudas que viudos. Perecemos a causa de una masculinidad tóxica. 14. El machismo es funcional a los esquemas de poder político, económico y cultural de la sociedad contemporánea (lo es en Occidente y en Oriente, con características diferentes, más solapadas o más brutales) y todas las herramientas de ese poder están al servicio de su mantenimiento, aunque desde el discurso oportunista, desde las técnicas de marketing y publicidad, desde la manipulación psicológica (lo que incluye muchas manipulaciones psicoterapéuticas) se intente disimularlo. Las grandes industrias del mundo (armamentos, droga, prostitución, fármacos) funcionan sobre presupuestos ideológicos machistas, la degradación del medio ambiente y la crisis climática son productos de una relación machista con la Naturaleza. Mientras no se comprenda y se cree consciencia sobre esto, y se emprendan acciones, faltará un factor esencial para transformar la situación.
15. En la Argentina el machismo puede parecer menos explícito que en otros países de América Latina, pero está presente con fuerza en la cotidianeidad de los vínculos, en la política, en los negocios, en el deporte, etc. Aunque suelen decir que les gustan las mujeres independientes y autónomas, los hombres argentinos tienden a preferir que la mujer que está a su lado no sea tan independiente ni tan autónoma. Hay una cierta descalificación de la mujer en las conversaciones entre varones, la presencia de ésta en la política y en la economía es débil, insuficiente y subordinada a los hombres, la educación que se transmite a los hijos encierra, subliminalmente en las clases media y alta y de manera explícita en las clases de menor nivel económico y cultural, mensajes machistas (se valoriza al hombre por su capacidad de proveedor, se lo descalifica si pierde su trabajo o no consigue otro, se celebra la multiplicidad de conquistas sexuales en el varón y se ve eso mismo con ojos sospechosos en la mujer). Si decimos que esta sociedad no es machista, no haremos una correcta descripción de la realidad y estaremos más tiempo atrapados en una trampa que nos lastima en primer lugar a nosotros, los varones.
Sergio Sinay.com.ar
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