¿Qué nos enseña la Biblia acerca de la reencarnación?
Compartelo en facebook



P. Ariel Alvarez Valdés

Más de los que parecían

Una conocida actriz, hace no mucho tiempo, declaraba
en el reportaje concedido a una revista: "Yo soy católica, pero creo en la
reencarnación. Ya averigüé que ésta es mi tercera vida. Primero fui una
princesa egipcia. Luego, una matrona del Imperio Romano. Y ahora me reencarné
en actriz”.


Resulta, en verdad, asombroso comprobar cómo cada vez
es mayor el número de los que, aún siendo católicos, aceptan la reencarnación.
Una encuesta realizada en la Argentina por la empresa Gallup reveló que el 33%
de los encuestados cree en ella. En Europa, el 40% de la población se adhiere
gustoso a esa creencia. Y en el Brasil, nada menos que el 70% de sus habitantes
son reencarnacionistas.


Por su parte, el 34% de los católicos, el 29% de los
protestantes, y el 20% de los no creyentes, hoy en día la profesan.


La fe en la reencarnación, pues, constituye un
fenómeno mundial. Y por tratarse de un artículo de excelente consumo, tanto la
radio como la televisión, los diarios, las revistas, y últimamente el cine, se
encargan permanentemente de tenerlo entra sus ofertas. Pero ¿por qué esta
doctrina seduce a la gente?



Qué es la reencarnación

La reencarnación es la creencia según la cual, al
morir una persona, su alma se separa momentáneamente del cuerpo, y después de
algún tiempo toma otro cuerpo diferente para volver a nacer en la tierra. Por
lo tanto, los hombres pasarían par muchas vidas en este mundo.


¿Y por qué el alma necesita reencarnarse? Porque en
una nueva existencia debe pagar los pecados cometidos en la presente vida, o
recoger el premio de haber tenido una conducta honesta. El alma está, dicen, en
continua evolución. Y las sucesivas reencarnaciones le permite progresar hasta
alcanzar la perfección. Entonces se convierte en un espíritu puro, ya no
necesita más reencarnaciones, y se sumerge para siempre en el infinito de la
eternidad.


Esta ley ciega, que obliga a reencarnarse en un
destino inevitable, es llamada la ley del "karma” (=acto).


Para esta doctrina, el cuerpo no sería más que una
túnica caduca y descartable que el alma inmortal teje por necesidad, y que una
vez gastada deja de lado para tejer otra.


Existe una forma aún más escalofriante de reencarnacionismo,
llamada "metempsicosis”, según la cual si uno ha sido muy pecador su alma puede
llegar a reencarnarse en un animal, ¡y hasta en una planta!


Las ventajas que brinda

Quienes creen en la reencarnación piensan que ésta
ofrece ventajas. En primer lugar, nos concede una segunda (o tercera, o cuarta)
oportunidad. Sería injusto arriesgar todo nuestro futuro de una sola vez.
Además, angustiaría tener que conformarnos con una sola existencia, a veces
mayormente triste y dolorosa. La reencarnación, en cambio, permite empezar de
nuevo.


Por otra parte, el tiempo de una sola vida humana no
es suficiente para lograr la perfección necesaria. Esta exige un largo
aprendizaje, que se va adquiriendo poco a poco. Ni los mejores hombres se
encuentran, al momento de morir, en tal estado de perfección. La reencarnación,
en cambio, permite alcanzar esa perfección en otros cuerpos.


Finalmente, la reencarnación ayuda a explicar ciertos
hechos incomprensibles, como por ejemplo que algunas personas sean más
inteligentes que otras, que el dolor esté tan desigualmente repartido entre los
hombres, las simpatías o antipatías entre las personas, que algunos matrimonios
sean desdichados, o la muerte precoz de los niños. Todo esto se entiende mejor
si ellos están pagando deudas o cosechando méritos de vidas anteriores.


Cuando aún no existía

La reencarnación, pues, es una doctrina seductora y
atrapante, porque pretende "resolver” cuestiones intrincadas de la vida humana.
Además, porque resulta apasionante para la curiosidad del común de la gente
descubrir qué personaje famoso fue uno mismo en la antigüedad. Esta expectativa
ayuda, de algún modo, a olvidar nuestra vida intrascendente, y a evadirnos de
la existencia gris y rutinaria en la que estamos a veces sumergidos. Pero ¿cómo
nació la creencia en la reencarnación?


Las más antiguas civilizaciones que existieron, como
la sumeria, egipcia, china y persa, no la conocieron. El enorme esfuerzo que
dedicaron a la edificación de pirámides, tumbas y demás construcciones
funerarias, demuestra que creían en una sola existencia terrestre. Si hubieran
pensado que el difunto volvería a reencarnarse en otro, no habrían hecho el
colosal derroche de templos y otros objetos decorativos con que lo preparaban
para su vida en el más allá.


Por qué apareció

La primera vez que aparece la idea de la reencarnación
es en la India, en el siglo VII a.C. Aquellos hombres primitivos, muy ligados
aún a la mentalidad agrícola, veían que todas las cosas en la naturaleza, luego
de cumplir su ciclo, retornaban. Así, el sol salía par la mañana, se ponía en
la tarde, y luego volvía a salir. La luna llena decrecía, pero regresaba
siempre a su plena redondez. Las estrellas repetían las mismas fases y etapas
cada año. Las estaciones del verano y el invierno se iban y volvían
puntualmente. Los campos, las flores, las inundaciones, todo tenía un
movimiento circular, de eterno retorno. La vida entera parecía hecha de ciclos
que se repetían eternamente.


Esta constatación llevó a pensar que también el
hombre, al morir, debía otra vez regresar a la tierra. Pero como veían que el
cuerpo del difundo se descomponía, imaginaron que era el alma la que volvía a
tomar un nuevo cuerpo para seguir viviendo.


Con el tiempo, aprovecharon esta creencia para aclarar
también ciertas cuestiones vitales (como las desigualdades humanas, antes
mencionadas), que de otro modo les resultaban inexplicables para la incipiente
y precaria mentalidad de aquella época.


Cuando apareció el Budismo en la India, en el siglo V
a.C., adoptó la creencia en la reencarnación. Y por él se extendió en la China,
Japón, el Tíbet, y más tarde en Grecia y Roma. Y así, penetró también en otras
religiones, que la asumieron entre los elementos básicos de su fe.


Ya Job no lo creía

Pero los judíos jamás quisieron aceptar la idea de una
reencarnación, y en sus escritos la rechazaron absolutamente. Por ejemplo, el
Salmo 39, que es una meditación sobre la brevedad de la vida, dice: "Señor, no
me mires con enojo, para que pueda alegrarme, antes de que me vaya y ya no
exista más” (v.14).


También el pobre Job, en medio de su terrible
enfermedad, le suplica a Dios, a quien creía culpable de su sufrimiento:
"Apártate de mí. Así podré sonreír un poco, antes de que me vaya para no
volver, a la región de las tinieblas y de las sombras” (10,21.22).


Y un libro más moderno, el de la Sabiduría, enseña :
"El hombre, en su maldad, puede quitar la vida, es cierto; pero no puede hacer
volver al espíritu que se fue, ni liberar el alma arrebatada por la muerte’’
(16,14).



Tampoco el rey David

La creencia de que nacemos una sola vez, aparece
igualmente en dos episodios de la vida del rey David. El primero, cuando una
mujer, en una audiencia concedida, le hace reflexionar: "Todos tenemos que
morir, y seremos como agua derramada que ya no puede recogerse” (2 Sm 14,14).


El segundo, cuando al morir el hijo del monarca
exclama: "Mientras el niño vivía, yo ayunaba y lloraba. Pero ahora que está
muerto ¿para qué voy a ayunar? ¿Acaso podré hacerlo volver? Yo iré hacia él,
pero él no volverá hacia mí” (2 Sm 12,22.23).


Vemos, entonces, que en el Antiguo Testamento, y aún
cuando no se conocía la idea de la resurrección, ya se sabía al menos que de la
muerte no se vuelve nunca más a la tierra.



La irrupción de la novedad

Pero fue en el año 200 a. C. cuando se iluminó para
siempre el tema del más allá. En esa época entró en el pueblo judío la fe en la
resurrección, y quedó definitivamente descartada la posibilidad de la
reencarnación.


Según esta novedosa creencia, al morir una persona, recupera
la vida inmediatamente. Pero no en la tierra, sino en otra dimensión llamada
"la eternidad”. Y comienza a vivir una vida distinta, sin límites de tiempo ni
espacio. Una vida que ya no puede morir más. Es la denominada Vida Eterna.


Esta enseñanza aparece por primera vez, en la Biblia,
en el libro de Daniel. Allí, un ángel le revela este gran secreto: "La multitud
de los que duermen en la tumba se despertarán, unos para la vida eterna, y
otros para la vergüenza y el horror eterno” (12,2). Por lo tanto, queda claro
que el paso que sigue inmediatamente a la muerte es la Vida Eterna, la cual
será dichosa para los buenos y dolorosa para los pecadores. Pero será eterna.


La segunda vez que la encontramos, es en un relato en
el que el rey Antíoco IV de Siria tortura a siete hermanos judíos para
obligarlos a abandonar su fe. Mientras moría el segundo, dijo al rey: "Tú nos
privas de la vida presente, pero el Rey del mundo a nosotros nos resucitará a
una vida eterna” (2 Mac 7,9). Y al morir el séptimo exclamó: "Mis hermanos,
después de haber soportado una corta pena, gozan ahora de la vida eterna” (2
Mac 7,36).


Para el Antiguo Testamento, pues, resulta imposible
volver a la vida terrena después de morir. Por más breve y dolorosa que haya
sido la existencia humana, luego de la muerte comienza la resurrección.


Ahora lo dice Jesús

Jesucristo, con su autoridad de Hijo de Dios, confirmó
oficialmente esta doctrina. Con la parábola del rico Epulón (Lc 16,19.31),
contó cómo al morir un pobre mendigo llamado Lázaro los ángeles lo llevaron
inmediatamente al cielo. Por aquellos días murió también un hombre rico e
insensible, y fue llevado al infierno para ser atormentado por el fuego de las
llamas.


No dijo Jesús que a este hombre rico le correspondiera
reencarnarse para purgar sus numerosos pecados en la tierra. Al contrario, la
parábola explica que por haber utilizado injustamente los muchos bienes que
había recibido en la tierra, debía "ahora” (es decir, en el más allá, en la
vida eterna, y no en la tierra) pagar sus culpas (v.25). El rico, desesperado,
suplica que le permitan a Lázaro volver a la tierra (o sea, que se reencarne)
porque tiene cinco hermanos tan pecadores como él, a fin de advertirles lo que
les espera si no cambian de vida (v.27.28). Pero le contestan que no es
posible, porque entre este mundo y el otro hay un abismo que nadie puede
atravesar (v.26).


La angustia del rico condenado le viene, justamente,
al confirmar que sus hermanos también tienen una sola vida para vivir, una
única posibilidad, una única oportunidad para darle sentido a la existencia.


La suerte del buen ladrón

Cuando Jesús moría en la cruz, cuenta el Evangelio que
uno de los ladrones crucificado a su lado le pidió: "Jesús, acuérdate de mí
cuando vayas a tu reino”. Si Jesús hubiera admitido la posibilidad de la
reencarnación, tendría que haberle dicho: "Ten paciencia, tus crímenes son
muchos; debes pasar por varias reencarna-ciones hasta purificarte
completamente”. Pero su respuesta fue: "Te aseguro que hoy estarás conmigo en
el Paraíso” (Lc 23,43).


Si "hoy” iba a estar en el Paraíso, es porque nunca
más podía volver a nacer en este mundo. San Pablo también rechaza la
reencarnación. En efecto, al escribir a los filipenses les dice: "Me siento
apremiado por los dos lados. Por una parte, quisiera morir para estar ya con
Cristo. Pero por otra, es más necesario para ustedes que yo me quede aún en
este mundo” (1,23.24). Si hubiera creído posible la reencarnación, inútiles
habrían sido sus deseos de morir, ya que volvería a encontrarse con la
frustración de una nueva vida terrenal. Una total incoherencia


Y explicando a los corintios lo que sucede el día de
nuestra muerte, les dice: "En la resurrección de los muertos, se entierra un
cuerpo corruptible y resucita uno incorruptible, se entierra un cuerpo
humillado y resucita uno glorioso, se entierra un cuerpo débil y resucita uno
fuerte, se entierra un cuerpo material y resucita uno espiritual (1 Cor
15,42.44).


¿Puede, entonces, un cristiano creer en la
reencarnación? Queda claro que no. La idea de tomar otro cuerpo y regresar a la
tierra después de la muerte es absolutamente incompatible con las enseñanzas de
la Biblia. La afirmación bíblica más contundente y lapidaria de que la
reencarnación es insostenible, la trae la carta a los Hebreos: "Está
establecido que los hombres mueren una sola vez, y después viene el juicio”
(9,27).



Invitación a la irresponsabilidad

Pero no sólo las Sagradas Escrituras impiden creer en
la reencarnación, sino también el sentido común. En efecto, que ella explique
las simpatías y antipatías entre las personas, los desentendimientos de los
matrimonios, las desigualdades en la inteligencia de la gente, o las muertes
precoces, ya no es aceptado seriamente por nadie. La moderna sicología ha
ayudado a aclarar, de manera científica y concluyente, el porqué de éstas y
otras manifestaciones extrañas de la personalidad humana, sin imponer a nadie
la creencia en la reencarnación.


La reencarnación, por lo tanto, es una doctrina
estéril, incompatible con la fe cristiana, propia de una mentalidad primitiva,
destructora de la esperanza en la otra vida, inútil para dar respuestas a los
enigmas de la vida, y lo que es peor, peligrosa por ser una invitación a la
irresponsabilidad. En efecto, si uno cree que va a tener varias vidas más,
además de ésta, no se hará mucho problema sobre la vida presente, ni pondrá
gran empeño en lo que hace, ni le importará demasiado su obrar. Total, siempre
pensará que le aguardan otras reencarnaciones para mejorar la desidia de ésta.


Solamente una vez

Pero si uno sabe que el milagro de existir no se
repetirá, que tiene sólo esta vida para cumplir sus sueños, sólo estos años
para realizarse, sólo estos días y estas noches para ser feliz con las personas
que ama, entonces se cuidará muy bien de maltratar el tiempo, de perderlo en
trivialidades, de desperdiciar las oportunidades. Vivirá cada minuto con
intensidad, pondrá lo mejor de sí en cada encuentro, y no permitirá que se le
escape ninguna coyuntura que la vida le ofrezca. Sabe que no retornarán.


El hombre, a lo largo de su vida, trabaja un promedio
de 136.000 horas; duerme otras 210.000; come 3.360 kilos de pan, 24.360 huevos
y 8.900 kilos de verdura; usa 507 tubos de dentífrico; se somete a 3
intervenciones quirúrgicas; se afeita 18.250 veces; se lava las manos otras
89.000; se suena la nariz 14.080 veces; se anuda la corbata en 52.000
oportunidades, y respira unos 500 millones de veces.


Pero absolutamente todo hombre, creyente o no, muere
una vez y sólo una vez. Antes de que caiga el telón de la vida, Dios nos regala
el único tiempo que tendremos, para llenarlo con las mejores obras de amor de
cada día.
Categoría: Notas | Agregado por: ADMINISTRADOR (04.de Noviembre.2011)
Vistas: 900
Total de comentarios: 0
Solamente los usuarios registrados pueden agregar comentarios.
[ Registrarse | Entrada ]