Compartelo en facebook KARMA La doctrina del karma se encuentra muy
relacionada con la doctrina anterior (anatmán). El karma se basa en los actos de cada persona y en las consecuencias morales que se desprendan de ese proceder. Los actos humanos determinan su reencarnación posterior, por lo que las buenas acciones lógicamente serán recompensadas, como serán castigadas las malas. Por eso el budismo sostiene que no existen en el mundo los placeres inmerecidos ni los castigos injustificados, sino que todo es más bien producto de una justicia universal. El proceso kármico actúa por medio de una ley moral natural, más que por medio de un sistema de juicio divino. El karma de cada individuo determina asuntos tales como su belleza, su inteligencia, su longevidad, su salud y su nivel social. De acuerdo con las enseñanzas de Buda, dependiendo del tipo de karma que tenga cada persona, puede reencarnarse en un ser humano, un animal, un fantasma hambriento, un habitante del infierno o incluso en alguno de los dioses de la religión hindú. A pesar de que el budismo no niega la existencia de dioses, no les atribuye ninguna importancia especial. La vida de los dioses en el cielo es larga y apacible, aunque están sujetos a los mismos problemas que puede tener cualquier otra criatura, por lo que están expuestos a una eventual muerte y a una futura reencarnación en un estado de existencia inferior. No son los creadores del universo, ni tampoco controlan el destino de la humanidad, por lo que para el budismo, el rezar o hacerles sacrificios no tiene ninguna utilidad. De las distintas modalidades de reencarnación, la humana es la mejor, porque las deidades están tan absortas en sus propios placeres que pierden de vista la necesidad de redención. Por lo tanto, la posibilidad de ser un iluminado es válida sólo para los seres humanos.
Nirvana
El objetivo final del camino del budismo es lograr liberarse de la existencia fenoménica a la que le es propia el sufrir. Para lograr este objetivo hay que alcanzar el nirvana, que es un estado de iluminación en el que los fuegos de la codicia, el odio y la ignorancia han sido apagados. Este estado no debe confundirse con el aniquilamiento; el nirvana es un estado de conciencia que va más allá de ninguna definición. Después de alcanzar el nirvana, el iluminado puede seguir viviendo e ir eliminando cualquier remanente de karma que pueda tener, hasta lograr llegar, en el momento de morir, a un último estado de nirvana (parinirvana). En teoría cualquier persona podría lograr alcanzar el nirvana, aunque en realidad es un objetivo accesible sólo para los miembros de la comunidad monástica. En el budismo Theravada, la persona que haya alcanzado la iluminación gracias a haber seguido el Sendero de las Ocho Verdades o Pequeño Vehículo, se le conoce con el nombre de arhat, o aquél que vale mucho, algo así como un santo solitario. Todos aquellos que por una u otra razón no son capaces de lograr el objetivo final, tienen, como siguiente opción, el tratar de lograr una mejor reencarnación por medio del perfeccionamiento de su karma. Generalmente aspiran a esta meta inferior los budistas laicos, quienes ven en este objetivo la esperanza de llegar a una vida en la que sean capaces de alcanzar la iluminación final, como miembros del sanga. La ética que guía y que lleva a alcanzar el nirvana, es objetiva y de orientación interior, personal. Exige cultivar cuatro actitudes que demuestren la virtud; estas actitudes son conocidas como Los Palacios del Brahman, y son: la amabilidad y ternura, la compasión, la alegría benévola y la ecuanimidad. Sin embargo, la ética que lleva a lograr una mejor reencarnación se centra más bien en el cumplimiento de los deberes que tiene cada persona con respecto a su sociedad. Estos deberes incluyen actos de caridad, un especial apoyo al sanga, como también el no olvidar jamás los cinco preceptos que constituyen el código básico de la moral budista. Estas normas prohiben matar, robar, tener un lenguaje hiriente, un comportamiento sexual indebido y consumir bebidas alcohólicas. Si la persona se atuviera a estos preceptos, podría superar las tres grandes raíces del mal: la lujuria, el odio y el engaño.
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